Levanté la visera de mi casco para otear el horizonte. La
imagen no pudo ser más perturbadora, el ejército enemigo se acumulaba a lo
largo del valle y parecía no tener fin.
El miedo se dibujó en mis ojos y se fue traspasando al resto
de mi cuerpo quedando éste totalmente paralizado mientras mis camaradas pasaban
alrededor mío.
Por un momento empecé a cuestionarme todo: ¿dónde estaba?,
¿qué estaba haciendo aquí?, ¿por qué tuve que abandonar la seguridad de mi
hogar? Aun con dudas en mi mente, intenté avanzar paso a paso, sin detenerme y
sin mirar atrás.
Cuando quise darme cuenta estaba corriendo espada en mano y
soltando alaridos incomprensibles dejando atrás a mis compañeros de armas para
encabezar la embestida. Estaba deseando poder defender mi honor, demostrar que
valgo mucho más de lo que pensaban algunos ilusos, mitigar las dudas que
existían sobre mí y defender aquello en lo que creo.
Sumido en esos pensamientos me hallaba cuando una flecha
ahogó mis gritos de furia al atravesarme la garganta. Aturdido y dolorido di un
traspié cayendo sobre mi rodilla derecha. Al levantar la mirada no tardé en
sentir como una nueva flecha me atravesaba la espalda. Desconcertado miré hacia
los que creía mis camaradas, a los que pensaba que darían su vida por mí,
cuando otras dos flechas más se alojaron entre mis costillas y un soldado con
los mismos colores que yo en su armadura acababa con mi agonía clavándome su
espada bastarda en el corazón. Me habían traicionado.
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